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viernes, 28 de diciembre de 2012

Algunas reflexiones sobre CUARZO de Juan Santander, por Christian Kent

CUARZO (Marea Baja Ediciones 2012) es la segunda publicación de Juan Santander (Copiapó, Chile, 1984) en Ediciones Marea Baja, que el mismo dirige en colaboración con David Villagrán. Su primer libro se titula Allí Estás (Marea Baja ediciones, 2009). Juan es Magister en Literatura en la 
Universidad de Chile y fue becario del taller de poesía de la Fundación Neruda. 




Sobre Cuarzo 


El otoño inaugura Cuarzo y alguien lo ve caer a través de una jaqueca. La cabeza enferma es el cristal que pone en aumento la acción - más que devastadora - reveladora de la estación baldía. La jaqueca inaugura Cuarzo y, tal como el cristal, cambia de color; irradia la luz múltiple de las impurezas que promueven su transformación… así como el cristal se transforma, cambia de forma todo lo que en él se refleje. (No puedo evitar recordar la espantosa lucidez de esas mañanas con "la terrible caña" como dicen los chilenos.)

"Hay pestañas en la taza / y nudos que la sal deshace./ El Gato quiere lamer / las cáscaras del techo". Ser lúcido no es estar bien de la cabeza, sino lo contrario, las alteraciones psíquicas y cognitivas que produce el dolor de cabeza expanden el horizonte de la percepción hacia nuevas posibilidades y el sujeto es capaz de palpar esencialmente al otoño sacándose la piel vieja, de reconstruir sus sentidos poéticos y regenerativos. Es una especie de limbo entre sueño y vigilia, una "gasa interminable" que en la misma forma que empaña la visión normal de las cosas trae el polvo de los estantes a un plano de nitidez - como decirlo - somnolienta. 

No estamos ante una nueva incursión en el tan distintivo estoicismo poético, que nada tienen que ver con la poesía de Santander, no está el Guerrero con su capa de leproso ni el tísico opiómano reivindicando la fortaleza romántica de una piel amarillenta. En Cuarzo el sujeto parece "caer" al mundo de la misma manera que todas las cosas caen en otoño, con un dejo de dejadez, poco curioso, aletargado y migrañoso, pero sobre todo con las mismas intenciones que el cuarzo o aquel pájaro que imita el canto de otras aves. El poeta lleva consigo el engaño, la termoluminiscencia que en el derrumbamiento de lo real alumbra nuevas ideas de la belleza. "Miento para conseguir / un poco de la cera / que hace brillar a las frutas".

La cera refiere no solamente la luz sino además un ejercicio letárgico como es el "despabilamento", la ociosa tarea de sacar el hilo de la vela. Hay una atención perezosa - descripción anciana -, un tiempo casi muerto, desde dónde surge la posibilidad de una palabra que al igual que el cuarzo se vale de la imperfección para producir colores deslumbrantes; frutas brillantes de cera. Y a partir de ahí la voz del poeta se va convirtiendo en la voz del pájaro imitador, una suerte de nightingale cotidiano y cansado que "mira el sol como una mujer el rostro del niño que cuida por dinero", con esa misma lamentable - o provechosa - distancia. "Eso,/ y la vanidad de un lagarto al mediodía", agrega abajo el poema.
Pienso (en extramuros del texto) en porque ese animal se envanece de su relación con el sol, una relación seguramente menos cognoscitiva que existencial… un dejarse estar esencial y "todavía en posesión de la propia naturaleza" como diría una amiga.

Casi la totalidad de la obra Cuarzo emplea un lenguaje descriptivo, pero esto también es una trampa, el poeta no pasea un espejo por la ciudad, pasea el cuarzo, cristal cambiante y hasta si se quiere temperamental. Lo que se describe se transforma, son "olas vestidas de visita" y además se describen porciones invisibles de la realidad que solo se ven bajo el efecto aumentativo del cuarzo/jaqueca, "la extraña artesanía / que comienza en la espalda / de quien se levanta después de un mes". En los imperceptibles rincones de esta brutal pereza comienzan a filtrarse entramados, tejidos, texto… el otoño parece deshojarse pero las hojas siempre esconden secretos y la jaqueca, el cuarzo, se vale de ellos para recrear el mundo a partir de una estación interminable. Tal vez haya en este sentido una relación con La Tierra Baldía de Elliot, pero no me animo a afirmarlo.

En la brevedad de este libro el tema del engaño, el otoño y la conciencia desvalida se replica, se nutre y se copia a sí misma. Transcribo dos de los versos que más me han conmovido de este libro y no digo más: "Detrás de la persiana alguien muestra / el cuarzo por primera vez a un niño". Este extraño y ridículo oficio (suena como escribir) pretende continuarse y no fuimos invitados a la ceremonia, no vemos quien pasa el Cuarzo al niño, estamos de alguna forma exiliados, detrás de las persianas, condenados a las sugerencias, a las pistas, es el lector ahora viendo a través de los cristales de la resaca y asistiendo a la peor de todas las trampas: la imaginación. 



Un par (+1) de poemas de Cuarzo 


Cuando llega el otoño
me detengo a mirar
a través de la jaqueca.
Hay pestañas en la taza
y nudos que la sal deshace.
El gato quiere lamer
las cáscaras del techo.
El aire de la madrugada
cubre los dormitorios
con su gasa interminable.
Si durmiera un poco menos
no podría entrar en la vigilia.


****

El dueño del zoológico
me observa desde su oficina,
empuña su tenedor
para decir algo importante.
La hija
toma clases de guitarra
envidio sus manos,
los lugares donde pasa la noche
las aguas que llevan su agua.
Miro el sol
como una mujer el rostro
del niño que cuida por dinero.
Eso,
y la vanidad de un lagarto al mediodía.


****


La piel está despoblada al amanecer,
se abre la boca de los peatonales,
las clavículas son caminos cortados,
el pelo negro tapa los derrumbes,
la dentadura es tan difícil de olvidar.
Detrás de la persiana alguien muestra
el cuarzo por primera vez a un niño.
La prosa golpea los muros,
en la mesa hay una negra coliflor
que todavía parece comestible.
Cada siesta es un ejemplo,
cada hora de trabajo es un ejemplo.
El carpintero espera que su oficio
sea necesario nuevamente
y dos ancianos comparan sus manos
como si fuesen de un metal rayado.











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