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lunes, 22 de octubre de 2012

Miedo a la crítica - por Cristino Bogado



Conocemos el miedo a volar; conocemos el miedo del portero al penalti, en versión cine y novela; conocemos que nadie teme a la Virginia Woolf; pero un miedo hasta ahora no masticado ni asimilado y digerido sin espasmos biliosos y pungás virósicos,  dentro de toda la tribu, es el gran miedo nacional a la crítica. Miedo a la crítica de nuestros intelectuales y artistas más preclaros o aun entre los que están empezando.



Miedo cerval, paranoico, pánico, patético, endémico, un verdadero miedo incubado entre los pliegues de nuestro ADN´i (recombinados y tuneados - suponemos - por la propaganda nacionalista intensa de dos siglos enfrascados con sus respectivas guerras defensivas, de sobrevivencia y mantenimiento de la integridad territorial), por una enfermedad autoinmune, que nos deja vivir y no nos mata pero nos tiene a mal traer todo el tiempo civil que llevamos ocupados en los quehaceres culturales.
Consuma lo nuestro, haga patria, es uno de esos nefandos slogans populares durante la década neoliberal de los 90, cuando todas las bandas de rock en escena eran de la calidad de nuestra carne exportada a Chile y de nuestra apetecible soja que llenaría la panza búdica de los pobres de la China superpoblada.
La melismática mantra nazionalista nos ha adormecido los sentidos críticos y ha hecho medrar los untuosos monstruos da pertenencia, territorialidad, espíritu da tribu, del tejy, la familia extensa, el tovayazgo*, (todos vicios y resabios útiles en contextos bélicos y coyunturas de emergencia), filtrándose hasta las esferas da política artística e intelectual…
Cien elogios y un resentido, actualización del viejo y apreciado refrán bufonesco, yagua no faltaivara carrera hápe (el perro no falta a la carrera de caballos); o su variante, Buey con corneta…, revelan el actual estado pánico de la crítica hoy más que nunca en boga, su síntoma se detecta incluso en ámbitos no diré poco pensantes pero si endebles –como el periodismo- a la hora de hozar en nuestras taras más profundas y revolver nuestros pliegues originarios y mirarlos con ojo clínico y distanciado, sin piedad, con la noble traición recomendada por los grandes solitarios e incomprendidos de la vida, esos profetas en su tierra inhóspita o poetas vueltos apátridas por el silencio acrítico de sus paisanos…
Miedo al significado vacío de la palabra crítica. Miedo a su imprecisión y amplitud casi infinitas... Un receptáculo que aglomera el expediente fácil del ME GUSTA/NO ME GUSTA,  y del lapidario par ES BUENO/ES MALO, en todo caso el crítico como enjuicidor, tasador, ensalzador o, peor, ¡verdugo!
Oscar Wilde teoriza un crítico como artista, alguien que hace la importante tarea de meter profundidad en una obra o creación artística e intelectual, no un evaluador sino un lector-creativo, que permite enriquecer su sentido.
Vislumbro un sentido más o menos propio y preciso del sentido de la crítica (y de crítico) como esa actividad (y su oficiante) que al dedicar tiempo de meditación a las creaciones de su comunidad va modelando un gusto general, una especie de general intelecto de Marx, que es el que al final corona, entrona y llega a investir dentro de una constelación las creaciones que expresan el cielo refulgente de su época, y que con su brillo de imágenes sagradas también suele eclipsar otras obras y actividades que no quepan dentro de su weltanschauung**.



* Tovaya, cuñado en guaraní. Tovayazgo se refiere al pacto social mediante el cual los españoles establecían relaciones político-familiares con los guaraníes.
** Cosmovisión, visión general del mundo.

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